sábado, 7 de mayo de 2022

El balcón en invierno

Luis Landero, El balcón en invierno (2014)

(...) paz y cobijo es lo que yo he sentido escribiéndolos [El balcón en inviernoEl huerto de Emerson]. Me gustaría que dieran calor, lumbre, luz, que sugirieran un lugar donde volver. Sería mi mayor logro. No con todos los libros se siente eso.
Entrevista en El País (2021)
Una advertencia. Quizá más que con cualquier otro escritor, no sé el motivo, siento que la obra de Luis Landero solo puede explicarse desde sus propias palabras, y que cualquier comentario o anotación será un reflejo deslucido e imperfecto de las páginas que escribe. A lo mejor se debe a que en las entrevistas encuentro la misma voz que en sus textos, o a que estos, pese a sugerir múltiples caminos en la mente del lector, son ya, por sí solos, transparentes y veraces.


Sin embargo, ensayaré aquí algunas posibles interpretaciones o sugerencias sobre El balcón en invierno, para añadirlas a vuestras propias opiniones y sensaciones. Para empezar, a lo mejor no sea demasiado arriesgado pensar que en el título de esta novela -él mismo la defiende como tal: la construcción de personajes y la secuencia temporal de los capítulos refuerzan determinado hilo narrativo- hay un balcón porque es el lugar desde el que mejor se puede mirar y sentir la vida, un espacio fronterizo o compartido entre lo privado y lo público, la ficción y la realidad, dentro y fuera al mismo tiempo. Y que, a los sesenta y seis años, Landero ve acercarse esa estación en la que urge hacer balance, encontrar un sentido, explicarse a uno mismo (¿cómo he llegado a ser quien soy?) y al mundo (¿qué es valioso?).
No, acaso no pescasteis nada o casi nada, pero los grandes peces no pescados pueden en la memoria mucho más que los pequeños y escasos que quizá llegasteis a pescar.

Pero la imaginación, con sus mentiras tan necesarias y sinceras, venía a anudar los hilos sueltos de una realidad fragmentaria y caótica.

Y mientras se contaba, se estaba libre de miedos y amenazas.
El conflicto entre literatura y vida que se nos presenta al inicio se diluye y revela falso rápidamente, fruto del desconcierto de una crisis pasajera. Muy pronto, el autor defiende la necesidad de las narraciones y la fantasía para satisfacer tres necesidades humanas: maravillarnos, sentirnos protegidos de la realidad y, al mismo tiempo, darle una escala que podamos abarcar a través de su transformación en nuevas historias o la repetición de las ya conocidas.
Sí, ese es un paisaje hecho de tiempo, donde puede percibirse el poderoso latir de la historia, y algo del eco de otras historias más humildes que se perdieron y que ya nadie, nunca, contará.
No hay, por tanto, enfrentamiento entre experiencia y relato, porque ambas se nutren y modifican entre sí. Y, por ello, la confianza en la memoria es necesaria, pese a tener tanto de ficción como de verdad. Hay nostalgia y melancolía, pero también agradecimiento por lo perdido, y la conciencia de que el recuerdo no hará que vuelva el pasado, pero sí que permanece su poso.
(...) era allí donde comenzaba mi verdadero futuro, el que con el correr de los años me traería a esta mañana en que escribo estas líneas, deudoras, como casi todo lo que he escrito en mi vida, de aquella tarde incesante de mayo. Y es que a veces el pasado no acaba nunca de pasar.
Así, lo que comienza con una pregunta sobre la naturaleza, el sentido y el proceso de la creación literaria se transforma en la cuestión, universalmente compartida, sobre qué y quién nos ha definido, sobre la constitución de la identidad.
Por el camino, Landero nos regala retratos de la vida rural, reflexiones sobre el carácter heredado, agradecimiento y comprensión hacia su familia, cierta indignación ante la desigualdad social, los motivos de su amor por la literatura y la conciencia de la riqueza del lenguaje -esa que ya nos mostró Miguel Delibes-, tantas palabras para representar y reconocer la abundancia infinita de la vida.
El estilo (...) es pulcro, y se expresa con propiedad y fluidez. Se suele guiar por el ritmo del lenguaje hablado, pero no falta el formalismo y hasta la leve afectación propios de la expresión escrito.
Fue muy sencillo [encontrar el tono] porque antes de empezar a echar los ojos atrás, en el segundo capítulo, me había salido un tono muy sencillo, íntimo y sincero. Yo notaba que era algo auténtico. Pero eso es un misterio. Todos los escritores hablan de lo importante que es el tono pero nadie sabe explicar en qué consiste. Es cierto que cada historia requiere su tono, pero yo no sé explicar tampoco en qué consiste. Es la temperatura del discurso, la música de la sintaxis... son esas cosas que se saben pero no se saben explicar.
Entrevista en elDiario.es (2015)
El balcón en invierno merece necesita una lectura atenta a sus medidos ritmos y a sus artificios sinceros, como las enumeraciones y repeticiones que remarcan algunas ideas centrales y tienen un eficaz impacto, sin caer nunca en la sensiblería. ¿Para quién habla ese narrador que se llama Luis Landero: para sí mismo, para los lectores de los que también es consciente, para ambos al mismo tiempo? ¿Es su escritura engañosamente similar al lenguaje oral, o la literatura más bella nace de la voz de esas personas que nunca conocieron las letras?
¿Por qué nos interesan estos relatos, solo en apariencia fragmentarios, de una existencia particular? ¿Nos importan más los hechos contados, las coincidencias biográficas o la huella emocional que nos dejan?

No hay comentarios:

Publicar un comentario