domingo, 26 de septiembre de 2021

La uruguaya

Pedro Mairal, La uruguaya (2016)

Siempre digo en broma que Lucas Pereyra es un 53 % yo, de hecho tomo muchas cosas de mi vida, muchísimas, también agrego y armo un Frankenstein con experiencias propias, algunas que me cuentan y un poco lo que yo le llamo la periferia de la experiencia: lo que casi me pasó, lo que habría pasado si yo tomara un camino determinado, lo que me gustaría que me hubiera pasado. Todo eso conforma para mí mi propia experiencia también. Un escritor o escritora trabajan con sus sueños, sus deseos, sus miedos... Y eso es parte de una biografía, del relato autobiográfico, que no es el mismo que el derecho penal, que quiere saber si lo hiciste o no. Yo trabajo mucho con eso. Y creo que si aclaro exactamente si sucedió o no, pierde la magia y arruino el libro.
Entrevista en Público.
Quizá Lucas Pereyra nos recuerde, en su peripecia de menos de un día por Montevideo, a los protagonistas del Ulises de James Joyce, Leopold Bloom y Stephen Dedalus, moviéndose por Dublín. Ahí están, por ejemplo, las similitudes de los personajes con algunos elementos biográficos de sus respectivos creadores (en el caso del argentino, los estudios de medicina abandonados, la escritura, el trabajo en la radio), la acumulación de acontecimientos, el deseo como motor de la conducta o los monólogos interiores que mezclan recuerdos y reflexiones nacidos a partir de sucesos del presente.
También podemos encontrar una conexión con el monomito del viaje del héroe que describió Joseph Campbell. A fin de cuentas, durante su camino Lucas sale, es iniciado a través de distintas pruebas y regresa transformado. Desde este punto de vista, podemos jugar a encontrar referencias directas a muchos de sus elementos -por ejemplo, Enzo encarna la ayuda sobrenatural que acompaña al viajero, mientras que Guerra es diosa y tentación- y descubrimos que el sentido de la novela radica en su conquista de la libertad para vivir, en el profundo cambio en su forma de interpretar y relacionarse con la realidad.
En ese momento, ahí sentado en ese cuarto vacío, era una especie de director buscando locaciones para una película que nunca iba a filmar.
Porque, al inicio, Pereyra vive insatisfecho, en constante pelea consigo mismo y con el mundo, sin darse cuenta de que no son la precariedad profesional, el matrimonio o la paternidad las fuentes de su malestar, sino su propio yo. En cierto modo, vive en una fantasía permanente -creer que será liberado por el dinero o por una amante más joven en un hotel caro- que choca con los hechos, como lo hace la experiencia del Montevideo real frente a la idealización propia del turista. Y, ¿no implica también enamorarse inventar a la otra persona alimentados, entre otras cosas, por las canciones de amor?


Con la misma ironía y lucidez con las que presenta la tragicómica diferencia entre las expectativas y la realidad del protagonista -en especial, respecto a la relación sexual con Guerra, siempre con aire de urgencia, siempre truncada- nos habla Mairal, muy pegado a la contemporaneidad, de las sociedades argentina y uruguaya, la indefensión generada por la inseguridad laboral o el desempleo, los impuestos sobre las divisas extranjeras (el cepo cambiario) y el mercado negro, nuestra dependencia de las pantallas, la bohemia burguesa que se disfraza de pobre o los entresijos del mundillo literario.
Precisamente hablando de escritores, junto a la referencia a clásicos como Rimbaud, Cortázar, Onetti y Borges aparecen citados otros cercanos al autor, menos conocidos que él en nuestro entorno: Gustavo Espinosa, Norberto Santiago Vega, Marcelo Luján y Hernán Casciari (publicó textos en varios números de su revista Orsai).
No te estoy contando para que me cuentes. Sino para explicarme a mí mismo.
Y encontramos una reflexión sobre la propia literatura, su naturaleza y función. Lucas descubre, al alcanzar la madurez, que escribimos (y seguramente leemos) para explicarnos el mundo y a nosotros mismos. Que, como le recuerda Enzo, debe ser fiel a su voz real. Pero antes de esa revelación, cuando aún está atrapado dentro de su fantasía, ha querido vivir la misma novela de éxito comercial que desea producir, un relato despersonalizado, ridículo, vacío.
Por último, es necesario destacar el lenguaje coloquial, fluido, sugerente y explícito -sobre todo en su reflejo del deseo sexual-, con muestras del lunfardo propio del habla rioplantense. Su musicalidad nos puede recordar a la voz de Junot Díaz en La maravillosa vida breve de Óscar Wao, que ya reseñamos en este blog.

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