martes, 19 de enero de 2021

Catedral

Raymond Carver, Catedral (Cathedral, 1983)

La biografía de este poeta y narrador norteamericano, tan accidentada como la de otros autores de su generación, se refleja en los doce cuentos incluidos en Catedral: nacido y criado en pueblos pequeños, con un padre alcohólico, tuvo una infancia y adolescencia difíciles, se casó con su novia embarazada a los dieciséis años, enlazó empleos precarios, fue hospitalizado por su propia dependencia de la bebida, se divorció y solo encontró la estabilidad en la última década de vida, con un nuevo matrimonio y una exitosa carrera literaria.

TPR. Mi madre trabajaba como vendedora o camarera, cuando no se quedaba en casa ocupándose de las tareas del hogar, dado que nunca le duraban mucho los empleos. (...) En el armarito de debajo del lavabo tenia un frasco de remedio milagroso "para los nervios" del que tomaba un par de cucharadas todas las mañanas. El remedio para los nervios de mi padre era el whisky. (...) El hogar era una casita de dos habitaciones. Cuando yo era niño nos mudábamos a menudo, pero siempre a otra casita de dos habitaciones. La primera casa en la que recuerdo haber vivido, cerca del parque de atracciones de Yakima, tenia letrina exterior. Le hablo de finales de los años cuarenta. Yo debía de tener ocho o diez años. Iba a la parada del autobús a esperar a que mi padre volviera del trabajo. Normalmente era puntual como un reloj, pero cada dos semanas aproximadamente no venía en el autobús. Yo me quedaba esperando el siguiente, pero sabía que tampoco vendría en él. Cuando esto pasaba, quería decir que se había ido a beber con sus amigos del aserradero. Todavía recuerdo la sensación de fatalidad y desesperanza que flotaba en el ambiente cuando nos sentábamos a cenar mi madre, mi hermano pequeño y yo. 
QUIM. Durante mucho tiempo viví complicándome las cosas hasta extremos insospechados, aparte de complicárselas a cualquiera, por mi adicción a la bebida. Ahora, en esta segunda vida, en esta vida post-alcohólica, supongo que conservo cierto pesimismo, pero también tengo una creencia, y un amor por las cosas de este mundo.

Durante muchísimo tiempo, mientras era un alcohólico, yo era una persona sumamente frágil e inestable (...)

Es evidente que mis experiencias con la bebida me ayudaron a escribir algunos relatos relacionados con el alcoholismo. Pero el hecho de haber pasado por ello y haber sido capaz de escribir esos relatos no tiene nada de milagroso. No, de mis experiencias alcohólicas no creo que haya surgido nada que no sea el dolor y la miseria. Y así fue para todas las personas que estuvieron implicadas en mi vida.

Coincidiendo con la publicación del libro que comentamos, que supuso una ruptura con el estilo demostrado en obras anteriores -donde los textos estaban cada vez más despojados de los elementos no esenciales-, el crítico, ensayista y también narrador Bill Buford popularizó en la revista Granta el término realismo sucio, al que desde entonces han quedado unidos los relatos de Carver.

QUIM. Yo, en mi vida, no soy muy dado a la retórica o a la abstracción, ni tampoco en mi escritura o en mi pensamiento, así que solo puedo decir que, cuando me pongo a escribir sobre determinada gente, deseo situar a los personajes en un ambiente tan palpable como sea posible. Ello puede implicar la inclusión de un aparato de televisión, o una mesa o un rotulador que reposa sobre una mesa, pero lo cierto es que si tales objetos van a figurar en el relato no deben permanecer inertes bajo ningún concepto. No me refiero a que deban cobrar una vida propia, sino a que su presencia tenga que dejarse sentir del modo que sea (...) Quiero darles determinado peso, conectarlos con las vidas que acontecen a su alrededor.

Mis obras de ficción encajan presumiblemente dentro de la tradición realista (por oposición al extremo verdaderamente remoto de esta tradición), pero comentarlas tal cual son es algo que me aburre soberanamente. Nadie podría leerse páginas y más páginas que describieran el verdadero modo en que habla la gente, páginas sobre lo que verdaderamente ocurre en sus vidas. De ser así, se pondrían a bostezar, sin duda. Si lees mis relatos con atención, no creo que encuentres a ningún personaje que hable tal como habla la gente en la vida real.

Más allá de lo adecuado de esta etiqueta, y sabiendo que nunca puede englobar todas las características de una obra, resulta pertinente la descripción de José-Carlos Mainer (2012): «fue fundamentalmente un envidiable creador de situaciones, un escritor que reducía al mínimo su presencia en el relato y el despliegue de su prosa: es poderosamente elíptico y, a despecho de un lenguaje casi telegráfico, consigue una poderosa capacidad de eco en el lector. No es mala metáfora lo de "realismo sucio", si pensamos en lo que retrata; tampoco lo es el término de minimalismo (tomado de la crítica de arte para designar las obras que apenas disimulan los elementos no artísticos que la componen) para designar ese realismo de lo precario, esa rendición del arte ante la insolvente objetividad de lo inevitable (...)».

QUIM. He conocido a gente de esta clase durante toda mi vida. En lo esencial, también yo soy uno de esos personajes aturdidos y confusos; provengo de gente así, he trabajado con gente así durante años, y con ellos me he ganado la vida. (...) Las cosas que me han causado una impresión indeleble son las que he visto en las vidas que me han rodeado, las vidas de que he sido testigo, aparte de la mía propia. Y éstas son las vidas de personas que llegaban a sentir verdadero pánico cuando alguien llamaba a su puerta, de día o de noche, o cuando sonaba el teléfono; personas que no sabían cómo iban a pagar el alquiler, o qué hacer si se les estropeaba la nevera. (...) hay gente que no se puede permitir el lujo de llamar a un técnico que les va a cobrar sesenta pavos, así como tampoco van al médico cuando están enfermos, por la sencilla razón de que no tienen seguro, y se les estropea la dentadura porque no pueden pagarse un dentista cuando les hace falta. Esta clase de situaciones a mí no me parecen irreales ni artificiosas. 
TPR: En una reseña del libro anterior [De qué hablamos cuando hablamos de amor], alguien me había llamado escritor «minimalista». El reseñista lo decía como un cumplido, pero no me gustó. La palabra minimalista suena a estrechez de visión y pobreza de ejecución, así que no me gusta.

* * *

Al proponer textos plagados de sugerencias, Carver exige la participación activa del lector, que debe tomar conciencia de los sentimientos surgidos al enfrentarse a sus relatos.
Estas páginas recogen momentos aparentemente banales, pero que están llenos de significación para los protagonistas; cuando nos muestra un hecho para hablarnos (también o en su lugar) de otra cosa, nos está recordando la compleja densidad de la vida.

Todos sus personajes comparten la carencia y la pérdida como experiencias fundamentales y universales. En algunos cuentos, ver lo que les sucede a los demás genera en los protagonistas un cuestionamiento de su propia realidad (Desde donde llamo, La brida). En otros, más optimistas y esperanzados, el encuentro y la comunicación sincera del dolor (Parece una tontería, Fiebre) son la vía para, quizá, encontrar fuerzas con las que construir el futuro.

Es imposible resistirse al tono de peligro indefinido que sobrevuela los textos, levantado a partir de pequeños detalles. En ese ambiente se desenvuelven relaciones de parejas marcadas por la frialdad, la distancia y el silencio, en las que las mujeres parecen anhelar el orden y la sensación de normalidad, mientras que los hombres se muestran mucho más perdidos, desorientados y paralizados, encerrados en sus propios impulsos autodestructivos.

QUIM. El mundo es un lugar amenazador para la mayor parte de los personajes que aparecen en mis relatos, desde luego. Esos personajes acerca de los cuales yo he decidido escribir sienten de hecho la amenaza; yo entiendo que son muchas las personas que consideran este mundo como una amenaza. (...) La amenaza contiene, al menos para mí, posibilidades sumamente interesantes para una exploración narrativa.

En la tertulia comentaremos de forma especial tres relatos: Plumas, Parece una tontería (que podéis comparar con una versión previa) y Catedral, historias llenas de simbolismo, con una perfecta construcción de atmósferas y un certero análisis de las relaciones interpersonales, los mecanismos de la confianza o la soledad. Y, por supuesto, la demostración de la capacidad de Carver para describirnos, en el menor número posible de palabras -sin apenas adjetivos ni adverbios- y con una superficialidad solo aparente, la complejidad interna de sus personajes:

Todas las noches fumaba hierba y me quedaba levantado hasta que me venía el sueño. Mi mujer y yo rara vez nos acostábamos al mismo tiempo. Cuando me dormía, empezaba a soñar. A veces me despertaba con el corazón encogido.

QUIM: entrevista publicada en el número 70-71 de Quimera, de 1988
TPR: entrevista en el número 88 de The Paris Review, de 1983

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