viernes, 29 de noviembre de 2019

La invención de Hugo Cabret

Brian Selznick, La invención de Hugo Cabret (The invention of Hugo Cabret, 2007)
"Y así, Hugo comenzó a pasarse los días envuelto en la penumbra de los corredores, cuidando de los relojes. A menudo imaginaba que tenía el cráneo lleno de ruedas y engranajes, y sentía una extraña conexión con todos los mecanismos que tocaba."
La invención de Hugo Cabret es un claro ejemplo de lo que afirma el Manifiesto de la literatura juvenil: un relato interesante para cualquier edad, una obra madura y profunda, comparable a muchas buenas novelas consideradas "para personas adultas".
El vínculo que el autor establece entre imágenes, texto y maquetación (que recuerda al cine mudo) produce una mirada llena de amor por la creación manual, por todas aquellas formas de plasmar en productos físicos nuestra imaginación infinita.
Menos de un siglo después, las etiquetamos de clásicas y les otorgamos cierto aire de inocencia. La cartomagia, las locomotoras de vapor, los relojes y juguetes mecánicos, los archivos de las bibliotecas y, por supuesto, el cinematógrafo... parecen parte de un pasado en el que teníamos una relación tangible con objetos hechos a la medida humana, que se mantenían y reparaban, frente al presente dominado por lo virtual, inabarcable y efímero.
- A veces vengo aquí de noche aunque no tenga que revisar los relojes, solo para mirar la ciudad. Me gusta imaginar que el mundo es un enorme mecanismo. A las máquinas nunca les sobra nada, ¿sabes? Siempre tienen las piezas justas para funcionar. Y entonces pienso que, si el mundo es un gran mecanismo, tiene que haber alguna razón para que yo esté en él. Y otra para que estés tú, claro.
Esta novela contiene muchos elementos recurrentes de la literatura dirigida al público infantil y adolescente: misterios que desentrañar corriendo aventuras, una mirada a las relaciones familiares y la amistad, la facilidad para identificarse con los personajes.
Al mismo tiempo, trata temas de calado, preguntas que comenzamos a hacernos mientras crecemos (y que corremos el riesgo de olvidar cuando nos ahoga la monotonía): cuál es nuestro lugar en el mundo, cómo descubrirlo, qué será de mí en el futuro, en quién puedo confiar, qué límites es lícito transgredir.
Y, sobre todo, nos recuerda la importancia de comunicarnos; contar lo que nos pasa como forma de establecer vínculos con otras personas, pero también de compartir aquello que imaginamos. La invención de Hugo Cabret nos recuerda algunas de las razones por las que se crean y leen obras de ficción: vivir otras vidas para entender las nuestras, disfrutar despierto de otros sueños.
- Entonces, los hermanos Lumière inventaron el cine. Me enamoré de su invento a primera vista, y les pedí de inmediato que me vendieran una cámara. Ellos se negaron, así que decidí construir uno con mis propias manos. Lo hice usando muchas de las piezas que me habían sobrado del autómata. Pronto descubrí que no era el único mago que se había sentido atraído por el cine. Fuimos muchos los que percibimos que se había inventado una nueva forma de magia y quisimos formar parte de ella. [...] Hice cientos de películas; todos creíamos que aquello no se acabaría jamás.
La novela es, también, una invitación y una guía para acercarse a otra época simbolizada por la estación de Paris-Montparnasse, que funciona como un pequeño microcosmos. Y una buena puerta de entrada a la vida y obra de Georges Méliès, uno de los pioneros del cine, que recoge con bastante fidelidad; él mismo tuvo una vida cargada de giros y episodios inverosímiles. Aquí, el creador francés se convierte en un personaje que, más allá del reconocimiento público, encuentra de nuevo su lugar en el mundo gracias a la valentía de un niño.


La adaptación cinematográfica de la novela permitió a Martin Scorsese realizar la primera película que su hija de doce años podía ver. A pesar de algunos cambios en la historia, dirigidos a dotarla de mayor dinamismo para el medio cinematográfico, mantiene con fidelidad el espíritu de la obra original.


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