martes, 14 de mayo de 2024

Siempre hemos vivido en el castillo

Shirley Jackson, Siempre hemos vivido en el castillo (We have always lived in the castle, 1962)
Si ahora pasamos revista a las personas y cosas, a las impresiones, sucesos y situaciones susceptibles de despertar en nosotros el sentimiento de lo siniestro con intensidad y nitidez singulares (...)
El poeta provoca en nosotros al principio una especie de incertidumbre, al no dejarnos adivinar -seguramente con intención- si se propone conducirnos al mundo real o a un mundo fantástico (...)
Lo siniestro, Sigmund Freud (1919)
Si Freud hubiese podido leer las obras de Shirley Jackson, seguramente aparecerían entre los ejemplos literarios con los que apoya, en el breve ensayo Lo siniestro, su análisis acerca de la inquietud que genera el encuentro con lo extraño. Encajarían perfectamente, porque en ese texto relaciona lo ominoso con, por ejemplo, la sensación de entrar en un bosque desconocido, las causalidades que parecen ser producto de un destino oculto, los presentimientos, las repeticiones obsesivas, los pensamientos que se cumplen -como el deseo de que una persona sufra algún daño-, los enterramientos...
Que la mayor parte de sus cuentos y todas las novelas -también fue ensayista- puedan enmarcarse en el género del terror no debería impedir el reconocimiento de la genialidad de esta narradora norteamericana. Con una prosa sencilla y un manejo hábil de muchos recursos narrativos, Jackson fue capaz de convertir su propio sufrimiento en el retrato de los males de su entorno, que son los mismos del nuestro.
Siempre hemos vivido en el castillo es un ejemplo de sus obsesiones personales y temas recurrentes: la vigilancia y el juicio externos, las casas (hogares, familias) convertidas en prisiones, la violencia ejercida por los vecinos, la comida, la agorafobia, los pensamientos recurrentes, las acciones ritualizadas, el papel concedido a las mujeres y a las madres, la figura masculina teñida de romanticismo que promete rescatar a la dama pero acaba convertida en amenaza, la ilusión permanente de una vida mejor...
También muestra su capacidad para presentar de manera atractiva la complejidad emocional de personajes como Merricat, una narradora no fiable. El pensamiento mágico de esta joven que quiere seguir siendo niña nos arrastra con su propia lógica interna; le sirve como forma de huir o protegerse y, al mismo tiempo, expresa sus deseos y voluntad de control sobre lo externo. ¿Qué os sugiere su tendencia a establecerse prohibiciones a sí misma?
Y el ritmo narrativo contribuye a guiar al lector y refuerza los temas tratados. La información se presenta de manera escalonada y apenas percibimos que, durante gran parte del relato, estamos dentro de un largo flashback que nos lleva seis meses atrás... donde flota la sombra de un suceso ocurrido seis años antes. Cuando al inicio el escenario es el pueblo, la descripción de su arquitectura y las pequeñas interacciones reflejan el tono moral de esa sociedad. Después, cuando la acción se traslada a la casa, nuestra mirada se centra en desentrañar la dinámica familiar. ¿Cómo evolucionan vuestros sentimientos hacia la protagonista cuando se modifica el espacio y, al mismo tiempo, el asunto central?
Es imprescindible analizar el modelo de relación entre Mary Katherine y Constance: hermana pequeña y mayor, representación de la valentía y la aventura o del ámbito doméstico y la amabilidad. Ambas se complementan en sus actos, en la asunción de responsabilidades, en la toma de decisiones, en la cobertura mutua de las necesidades emocionales (protección, consuelo) y materiales (alimentación, vestido).

Pero, al igual que su cuento más famoso, La lotería (se puede leer aquí), esta novela es mucho más que una historia de terror psicológico. Funciona como espejo de la parte de la realidad que nos incomoda, e invita a reflexionar sobre los mecanismos sociales de exclusión y el miedo a la diferencia, cómo construimos las leyendas o la fascinación popular por los crímenes convertidos en espectáculo: quizá porque en lo que ahora llamamos true crime siempre está claro quienes son los malos (nunca nosotros) y los buenos, la violencia es algo abstracto y lejano que invisibiliza a la víctima y el castigo se presenta como herramienta eficaz para mantener el orden y la justicia. En ese sentido, todos somos Helen Clarke en el capítulo dos.
Esa sensación de momentánea seguridad es una fantasía, claro. En el mundo que describe Shirley Jackson, los personajes se sienten amenazados por el resto... aunque también haya espacio para gestos de solidaridad y para la búsqueda del perdón.

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